Año 4 N° 8 / Julio – diciembre
2018. 85 - 96
INVESTIGACIÓN
Y FORMACIÓN PEDAGÓGICA Revista
del CIEGC ISSN 2477-9342 |
ENSAYO El sentido
ético de la evaluación educativa The ethical sense of educational evaluation Eddy Domínguez dominguezeddy13@gmail.com Universidad Pedagógica Experimental
Libertador - Extensión Nueva Esparta (Venezuela) Recibido 08
de febrero de 2018 / aprobado 10 de mayo de 2018 |
Resumen El propósito fundamental de esta indagación documental es reflexionar
sobre el sentido ético de la evaluación educativa, con la finalidad de buscar
una reconceptualización de la práctica evaluativa
como proceso flexible, teórico y ético para el debate discursivo y
argumentativo en un clima distinto, solidario, sensible, humano, de respeto e
integración social. Así mismo confrontando a la evaluación educativa como
elemento de construcción, reflexión e interpretación del conocimiento entre
docente y estudiante a fin de cambiar y decidir sobre su propia realidad, una
evaluación sin dejar la exigencia, pero con una interrelación
ético-emancipadora para la crítica, diferencia y flexibilidad entre los
actores Palabras
clave Evaluación educativa, ética, docente |
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Abstract The fundamental purpose of this documentary inquiry is to reflect on
the ethical meaning of educational evaluation, with the aim of seeking a
reconceptualization of evaluative practice as a flexible, theoretical and
ethical process for discursive and argumentative debate in a different,
supportive, sensitive climate, human, respect and social integration. Also
confronting the educational evaluation as an element of construction,
reflection and interpretation of knowledge between teacher and student in
order to change and decide on their own reality, an evaluation without
leaving the requirement, but with an ethical-emancipatory interrelation for
criticism, difference and flexibility among the evaluative actors. Keywords Educational evaluation, ethical, teacher. |
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Introducción En la actualidad, el proceso educativo vive una época de cambio socio
cultural que permite evidenciar la posición del estudiante en relación con el
profesor no en términos de subordinación, existe la libre expresión, una
comunicación horizontal y un sentido crítico que exige que se le explique el porqué
de las cosas. El poder del docente para tener la potestad de enseñar, aprobar
o aplazar, desde una perspectiva absolutamente conductista, enmarcado en el
paradigma positivista, se encuentra cuestionado por su estilo de permitir la
producción del conocimiento y la adopción de una visión programática,
reduccionista con énfasis en la acumulación, la transmisión y fragmentación
de la realidad. Por tanto el desarrollo educacional necesita asumir metodologías que
promuevan el encuentro de saberes, para que los docentes tengan la
oportunidad de revalorizar sus prácticas educativas frente a los nuevos
cambios paradigmáticos. Además, según Lárez (2013)
“El saber: que necesitamos dialogar es el saber emancipador no el saber de la
dominación. Éste es un saber libre de toda atadura, comprometido con la
creatividad” (p. 77), este saber permite
ser un docente reflexivo, con conciencia social y sensibilidad
ética-política, para poder cuestionar las propias actuaciones. Un saber que
propicie concebir la evaluación educativa no para calificar, comparar y
jerarquizar estudiantes, sino para permitirle su crecimiento y, con la mirada
en las diferencias culturales, a través de la evaluación educativa comprobar
si somos capaces de facilitar a los estudiantes el desarrollo de su formación
cognitiva-psicosocial y así convivir en la sociedad pluralista y democrática
en la que nos encontramos. Esta conceptualización propiciaría el desarrollo de evaluaciones
justas y orientadas por principios éticos que formen a los estudiantes,
otorgándoles la posibilidad de ser analíticos, creativos, comprometidos con
la reflexión e interpretación de sus experiencias vividas en un ambiente de
respeto y aceptación mutua, en este sentido, la evaluación educativa sería un
espacio para reflexionar en relación con las diferentes maneras de cómo los
sujetos evaluados comprenden, interpretan y reconfiguran los saberes desde su
subjetividad y la de los otros. En interpretación a las palabras de Caldera y Plaza (2003) la
concepción ética en torno a un nuevo ethos
humanista de la práctica evaluativa conlleva a la transformación de la
relación entre docentes y estudiantes; por cuanto modifica la posición de
ciertas actitudes frente a la realidad social convirtiéndose en un dialogo
activo, participativo que genera unos sujetos humanos, sensibles, solidarios
y colaboradores no solo entre ellos sino también con los docentes. De ahí la necesidad de
desarrollar una teoría práctica de la evaluación educativa fundamentada en
una visión multiplural, no considerando al
estudiante como un objeto que se pretende ajustar a un modelo evaluativo
preestablecido con carácter mediatizador y de
dominio, como plantea Maffesoli (1997) con una: “Manía
clasificatoria que quiere que todo entre dentro de una categoría explicativa
y totalizadora y que niega la exaltación del sentimiento de vida que en
cualquier lugar y en cualquier momento es la principal manifestación del ser”
(p. 37) De acuerdo con este planteamiento los estudiantes sometidos a
prácticas evaluativas de esas características se convierten en sujetos
homogeneizados, unificados y normalizados desconociendo sus necesidades
individuales e intereses, pasando a formar parte de un proceso que funciona
como un nuevo panóptico para ejercer el poder el control y la disciplina. Evaluación
educativa: control y poder (Panoptismo) La evaluación educativa como proceso no solo del ámbito académico,
sino de la vida cotidiana, ha experimentado momentos históricos claves e
interpretativos con significado muy correlativo para cada una de esas épocas,
por esta razón y dada su importancia de decidir, controlar, cuantificar hasta
darle un sentido más ético-reflexivo se hace pertinente tener una visión de
su origen a fin de comprender la variabilidad en la concepción aplicativa de
la evaluación. Según Salazar (2010) el desarrollo histórico de la evaluación
Educativa tiene su origen en la China Imperial siglo III a.c,
cuando se introdujeron varias pruebas de habilidades, no solo para el manejo
del arco y la caligrafía prácticas académicas para combatir el nepotismo en
la selección de los funcionarios del Estado, impactando la posibilidad de
promoción o ascenso social. En ese contexto histórico se evidencia una práctica evaluativa
permeada por la ejecución de un saber sujetado a una trama de relación donde
prevalece el poder asociado con la comparación permanente para seleccionar y
ubicar al individuo evaluado en una posición de promovido o ascendido. Es oportuno resaltar que durante todo el proceso histórico de la
evaluación educativa la práctica evaluativa se ha fundamentado en una
relación de poder con pretensiones de solo cuantificar y aun se sigue
evidenciando cuando Foucault (1973) dice que en el siglo XIX se originan los
exámenes con un carácter más formal, no solo para demostrar el dominio del
conocimiento alcanzado sino también como formas de análisis de los problemas
jurídicos, judiciales y penales, estas formas de examen dieron origen a la sociología,
psicología, el psicoanálisis, entre
otras, cabe mencionar que nacieron en conexión directa con la formación de un
cierto número de controles políticos y sociales en los inicios de la sociedad
capitalista al final del siglo XIX. Con las pruebas se sentaron las bases
para realizar una selección más valida y efectiva tanto para entrar en la
educación universitaria como en el servicio civil o funcionariado. Así mismo
de acuerdo con la mirada histórica de Salazar (2010) la evaluación, en la
primera mitad del siglo XX, estuvo muy relacionada con las formas de
selección de los individuos para acceder a los diferentes programas
educativos y a las subsiguientes oportunidades de vida. El devenir histórico ha generado distintos paradigmas que han
caracterizado los diferentes enfoques de la evaluación. Diversidad de
concepciones desde el conductismo hasta el giro cualitativo, pero, su centro
de acción ha sido a lo largo de la historia un mecanismo de selección,
promoción, exclusión, además de una cuota de poder a través del cual el
docente ejerce un control al tener el compromiso de asignarla mediante el uso
y aplicación de estrategias y perspectivas ideológicas particulares. Giroux (1990) considera que: …En el aula tradicional, las relaciones sociales se basan en
relaciones de poder inextricablemente ligadas a la asignación y la
distribución de calificación por parte del profesor. En muchos casos las
calificaciones se convierten en los instrumentos disciplinarios a que acude
en última instancia el profesor para imponer a los estudiantes los valores,
pautas de conductas y opiniones que son de su grado. (p. 82) Por eso se comparte la idea que la evaluación educativa se ha
convertido en una auténtica confrontación tanto ideológica como técnica que
al ser represiva se transforma en un instrumento de poder que aliena al
estudiante obligándolo a la memorización, siendo la actuación del docente
arrogante y autoritaria, porque sin ella el docente no podría mantener el
orden en la clase, ni valorar los resultados del proceso de aprendizaje, este
rol transmisor de la cultura y directivo convierte al estudiante en un
receptor pasivo, por tanto el propósito fundamental de la evaluación sería
medir la adquisición del conocimiento disciplinario y la jerarquización de
los estudiantes. De esta manera, el docente, aplicando la lógica positivista mantiene
a su vez una acción conformista que según De Sousa (2010) “es la práctica
rutinaria, reproductiva y repetitiva que reduce el realismo a lo que existe y
precisamente porque existe”. (p. 59). En este sentido evaluar se convierte en
una tarea que supone el ejercicio de un poder: quien evalúa (docente) es
considerado una autoridad que puede interrogar, examinar, calificar e
interpretar, dar significado a los datos observados, en consecuencia es
entendible que la evaluación educativa se asocia con el poder premiar,
castigar o vigilar. Al comparar la forma de poder que establece Foucault (Op.Cit.) “en el panoptismo
donde no hay indagación sino vigilancia, examen sobre los individuos,
aplicado por alguien que ejerce sobre ellos un poder, tratando de verificar
si un individuo se conduce o no como debe y si cumple con las reglas”.(p. 43)
es factible entonces desde la mirada de la evaluación que por tener sus
orígenes en una sociedad cuya característica primordial son las relaciones de
poder, forme parte también de ese panoptismo, a fin
de mantener vigilancia individual y continua como control, castigo,
recompensa y corrección es decir como método de formación y transformación de
los individuos en función de ciertas normas establecidas por las relaciones
de poder que existe en nuestra sociedad. En palabras de Foucault (Op.Cit.) “El
sistema escolar se basa también en una especie de poder judicial: todo el tiempo se castiga y
se recompensa, se evalúa se clasifica, se dice quién es el mejor y quién es
peor” (p. 60). Desde esta perspectiva, la evaluación educativa contribuye de
alguna manera como elemento o forma de presión para obligar los estudiantes a
comportarse de acuerdo con la finalidad pretendida por los docentes
adquiriendo así el procedimiento un propósito coercitivo, impidiendo que los
estudiantes tomen conciencia acerca de sí mismos y de su propia actuación
porque lo más importante para ellos es estar por encima de los demás y
obtener la máxima calificación. La evaluación educativa solo tendría sentido si a partir de ella
el estudiante puede de manera activa y
consciente, revisar, reflexionar, es decir hablar con el pensamiento, hacer
preguntas y adquirir compromiso que le permita ser responsable y solidario
con los demás integrantes del entorno educativo a su vez el docente debe
asumir una posición crítica y el docente comprometido propiciar entornos
educativos que habiliten escenarios diversos de aprendizaje, de apropiación
del conocimiento y sobre todo aprender a visualizar debilidades o errores en
su práctica evaluativa, partiendo de no considerar a los estudiantes como
grupos homogéneos dejando de lado sus diferencias individuales, sociales,
políticas y económicas. Así mismo no debemos olvidar que las necesidades individuales y
sociales deben estar unidas bajo un
enfoque crítico vinculados a ideas emancipadoras y que el estudiante no
aprende solo al ser evaluado, sino también a evaluarse a sí mismo y a los
demás fundamentado en una concepción ética de los humanos. Una mirada ética a la evaluación educativa Con el fin de garantizar la calidad del proceso educativo
fundamentalmente no solo es transmitir conocimientos fraccionados en partes
discontinuas y favorecer la acumulación de
información, ni mantener una relación desigual entre
docente-estudiante, sino crear entonces nuevas formas de conocimientos a fin
de considerar que el aprendizaje es parte de la vida y está vinculado con los
grandes problemas económicos, sociales y políticos que sufre la sociedad
actual. En esta perspectiva se requiere de un docente sensible comprometido
éticamente en los cambios y los procesos de transformación, convirtiéndose en
un orientador del proceso educativo, generando así la formación integral del
estudiante y sobre todo identificarse con su compromiso de compartir,
discutir su formación y las experiencias para desarrollar el interés y la
motivación de sus estudiantes. Cabe mencionar que el conocimiento tiene como referentes las
vivencias personales de los estudiantes en su relación con la realidad, por
lo tanto la educación se constituye en un proceso de descubrimiento, desarrollo
de ideas y valores sociales y el estudiante debe ser un agente activo creador
de significados críticos, creativo y comprometido con su aprendizaje que
ocurre tanto en las instituciones educativas como en la comunidad. En esta concepción existe la necesidad de repensar la evaluación
educativa con una nueva forma de entenderla y practicarla, transformando su
valor y uso. En esta idea de cambio es conveniente resaltar que el término
evaluación ha estado directamente relacionado con la evolución interdisciplinaria
del pensamiento, con los paradigmas epistemológicos y las teorías educativas
características de cada época, de ahí la importancia de convertirse en un
proceso de reflexión y diálogo. Al respecto Giroux (Op.Cit.): La calificación dialogada elimina esta práctica perniciosa desde el
momento en que pone en mano de los estudiantes cierto control sobre la
asignación de las notas y al mismo tiempo atenúa la correspondencia
tradicional entre calificación y autoridad. Hablamos de “calificación dialogada”
porque la misma implica un dialogo entre estudiante y profesores sobre los
criterios, la función y las consecuencias del sistema evaluativo. (p. 82) La idea de dialogar implica que la evaluación objetiva o formal no
tiene mucho sentido y en la medida que los estudiantes y docentes tomen
conciencia y generen una actitud basada en creencias, valores y opiniones
subjetivas de los procesos evaluativos se establecen las bases de una cultura
evaluativa holística que permite desarrollar el autocontrol del aprendizaje y
la autoconciencia convirtiéndose en responsable de la reconstrucción del
conocimiento. En palabras de Salmasi (2011): …La hegemonía del consenso puede tornarse plural. El poder como
energía movilizadora puede encontrarse, al mismo tiempo que el poder como
fuerza de dominación, en la encrucijada ética del sujeto hombre. Nos toca
participar en la toma de decisiones por la ruta a seguir. (p. 70) Un diálogo fundamentado en la reflexión crítica permite a los actores
del proceso evaluativo conservar su identidad, manteniendo sus roles
diferentes y no se reducen a la condición de objetor uno del otro;
parafraseando a Caraballo (2014) dialogar implica confrontar los desacuerdos
y saber escuchar para así reconocer la pluralidad constitutiva del acto de educar
permeada por la comprensión del contexto cotidiano. Esto nos lleva entonces, a la necesidad de rescatar el sentido ético
en la práctica evaluativa a fin de armonizar lo sensible con la autonomía
para dar origen a la emancipación de esta práctica por lo que debemos
considerar la concepción de ética según Foucoult
(1994) “La ética es la forma reflexiva que adopta la libertad” (p. 11). Se requiere entonces, una ética del ser humano que denote la
naturaleza ontológica de la práctica evaluativa para que emerjan nuevas
formas de entenderse, y los más diversos pensamientos e ideales trasciendan
la razón positivista de cuantificar y genere relaciones fundamentadas en
principios éticos con enfoques epistemológicos que no limite lo cotidiano, la
sensibilidad y lo subjetivo al proceso de valoración evaluativo. Entre esas ideas en relación con los principios éticos que pueden
regir la evaluación educativa, Oviedo (citado por Fernández 2014) adopta
principios éticos generalmente aceptados para la actividad científica: • Beneficiencia: la acción evaluativa debe derivar un bien,
es decir que el estudiante reciba beneficios de la evaluación, requisito
imprescindible para que esta no se vuelva un fin en sí misma. •
La no maleficiencia se define como la ausencia de
intentar hacer daño directo o indirecto con la evaluación. El proceso
evaluativo no debe tener ni intención ni efectos lesivos o punitivos. • Autonomía,
garantiza al estudiante el acceso a la información oportuna y veraz de las
características de los procesos evaluativos a que será sometido y aceptado
libre y voluntariamente. • Justicia,
implica el otorgar a todo humano las mismas oportunidades sin exclusión, ni
privilegio. Se obra con justicia cuando se individualiza el proceso
evaluativo según limitaciones o características particulares de los
evaluados. • Privacidad,
se refiere a la confidencialidad con que el docente o la institución
educativa maneja el expediente académico del estudiante, la información del
resultado evaluativo aunque sea del dominio del docente es propiedad
exclusiva del estudiante. • Integridad,
vinculado a la rectitud y ala incorruptibilidad, honradez y veracidad que
debe impregnar todo el proceso evaluativo. La evaluación educativa fundamentada en estos principios éticos
garantiza mejor su cometido de ser un proceso para interpretar, transformar y
mejorar. Esta actividad se encuentra en vía de transformación, requiere asumir
el reto de repensar la ética no como un dogma o una doctrina que se debe
cumplir, sino como una forma de pensar, actuar, donde la razón dialógica y la
reflexión crítica permitan la búsqueda de la verdad y el entendimiento de
cuando se establece el poder-saber con la finalidad de asumir una mayor
convivencia social. Al respecto manifiesta Morin (2005): El problema actual de la ética no es el deber, la prescripción, la
norma. No necesitamos imperativo categóricos. Lo que necesitamos es saber si
el resultado de nuestras acciones está en correspondencia con lo que
queríamos para nosotros mismos, para la sociedad, para el planeta. No basta
con tener buena voluntad en cuyo nombre fueron cometidas innumerables
acciones desastrosas. Mi ética es una ética del buen pensar y en esto está
implícita toda mi idea del pensamiento complejo. (p. 10) Este razonamiento planteado por el autor nos invita a generar un
cambio no solo en la forma de conducir el proceso evaluativo sino en la
actitud al relacionarnos con los estudiantes para así lograr una mayor
cooperación dentro y fuera del contexto académico y poder actuar como un
mediador de los aspectos sociales y
emotivos, incentivando a su vez valores como el respeto, tolerancia,
democracia y la solidaridad de tal manera que pueda asumir la transformación
de una ética de los derechos a una ética de las responsabilidades, la cual
originaria cambios sociales. De esta manera, la cultura de la evaluación educativa estaría centrada
en la descripción y comprensión de los comportamientos tangibles e
intangibles, consecuencias de los cambios sociales, políticos, culturales,
con el firme propósito de buscar nuevas alternativas para su mejoramiento
cualitativo, además ya no seguiría siendo acrítica y desligada de las
realidades propias de una sociedad en constante cambio. Así mismo para el docente integrar la intelectualidad y la
sensibilidad, no puede limitarse a los estrechos límites de la transmisión de
contenidos programáticos, debe ir más allá a lo insospechado, lo pensado,
extrapolarlos y lograr afectar al estudiante en su sentido, en sus vivencias,
permear su pensamiento, sus sensaciones y percepción, de no alcanzar esto no
podría unirlo entre su mundo y el mundo racional del ámbito académico. El reto de un docente con sentido ético-reflexivo es transcender la
concepción ética normativa para poder ocupar espacios de creatividad,
comprometiéndose con su propia interioridad y así superar la predeterminación
de comportamientos éticos en una dimensión que interrelacione lo cognitivo,
afectivo y comunicativo. Aunado a esto, superar la objetividad en búsqueda de
reivindicar la libertad de acción de pensar que lo lleve a reconocer la
existencia de una pluralidad del conocimiento para abordar la realidad en un
contexto histórico-social-político abierto e interactivo. Esto sería posible con un
docente que redimensione su práctica evaluativa como un proceso permanente de
comunicación, reflexión compartida y voluntad de poder para afrontar la
incertidumbre de nuestra época y romper con los esquemas tradicionales que le
impiden nuevas maneras de aproximarse a los espacios del saber y la
producción de conocimiento interrelacionados con la vida social, política e
histórica, con la finalidad de darle un sentido humano a la evaluación. Este
conocimiento generado a partir de la problematización, incertidumbres,
inquietudes, curiosidades, indagaciones, desde la subjetividad y en constante
interrelación con la vida cotidiana donde se ve reflejado mediante la
participación activa y crítica de los ciudadanos formándose en esta discursividad dialógica y vivencial de saberes. Bajo esta perspectiva de conocimiento son fundamentales las
experiencias en el proceso valorativo caracterizado por la reflexión crítica
de la práctica a fin de problematizar y replantear nuevos modelos de
construcción del conocimiento, no abstracto ni descontextualizados, de esta
manera se asume entonces que la evaluación educativa deberá sufrir una
transformación desde la objetividad a la subjetividad y poder comprender los
cambios de interacción y la modalidad diferente de control al estar valorando
a un estudiante que construye su propio significado, estilos de aprendizajes,
y que está íntimamente relacionada su individualidad con su entorno
sociocultural y político. Nos encontramos a veces como docentes universitarios a unos
estudiantes interesados en participar plenamente del diseño y conducción de
su práctica evaluativa, de que sean considerados como sujeto y no objeto de
dominio y control absoluto con el fin de hacerlos reproducir memorísticamente
el conocimiento, que les impide la búsqueda de un accionar con conciencia
crítica y reflexiva en relación al proceso evaluativo como ambiente de
transformación que esto debe ser la verdadera expresión de la evaluación
educativa de una exigencia solidaria en común respeto y acuerdo entre docente
y estudiante. En consecuencia, en esta concepción epistemológica de la evaluación
se requiere repensar la práctica evaluativa desde un sentido ético humano de dialogicidad, creatividad y libertad para sustituir el
carácter clasificatorio y de dominación de la evaluación educativa por una
concepción procesual, constructiva y formadora con relaciones de
horizontalidad, confianza y colaborativa que reconozca lo diverso, el respeto
a la diferencia y la justicia. Cabe destacar que desde esta mirada, la práctica evaluativa se
constituye en un espacio abierto para el encuentro, la sensibilidad y
orientación permanente que no solo valora aciertos sino que reconoce
esfuerzos respetando las diferencias individuales y el ritmo de aprendizaje
de cada sujeto evaluado. Por lo tanto, la evaluación educativa como proceso formativo,
creativo autónomo y sensible permitirá a los docentes y estudiantes desde la
ética de la corresponsabilidad compartir y confrontar experiencias,
sentimientos, valores y saberes redimensionando así la concepción de
subjetividades que debe asumir el reto de la formación de sujetos críticos y
sensibilizados que puedan interrelacionar su conocimiento con el mundo y los
demás. Referencias Caldera, Y. y Plaza, M. (2008). Nuevas
Configuraciones Discursiva en el Ámbito de la Formación Docente. Laurus Revista de Educación. 14 (28),
238-249, recuperado de https://goo.gl/F7hTWQ. Caraballo, N. (2014). Sujeto docente y geopolítica del conocimiento en los espacios
universitarios emergentes. Cumaná: UDO. De Sousa, B. (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Montevideo: Trilce. Fernández, A. (2014). Evaluando la evaluación
de los aprendizajes. San Salvador, El Salv.: UFG
Editores Foucault, M. (1973). La verdad y las formas jurídicas. Rio de Janeiro Universidad
Católica. Foucault, M. (1994). Estética, ética y hermenéutica. Udumen
III. España Paidos Ibérica. Giroux. H. (1990). Los profesores
como intelectuales. España Ediciones Paidós. Lárez, R. (2013). Complejidad
educativa e interculturalidad. México: CEIDE Maffesoli, M (1997). Elogió de la razón
sensible. Buenos Aires PAIDOS. Morin, E. (2005). Pensamiento
complejo y ecología de la acción. Recuperado de https://goo.gl/3nLnsE Salazar, I. (2010). El desafío de la evaluación de los aprendizajes desde su complejidad.
Venezuela: El perro y la rana Salmasi, N. (2011). Dispositivos
tecnológicos y subjetividad en el contexto pedagógico. Cumaná: UDO |
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